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Horizontes de Luz

Elegir como protagonista de una serie fotográfica un ícono, un ser de más de 2.6 millones de años de antigüedad: mítico, místico, mágico y, a la vez, sitio de belleza contundente, engendrador de narraciones reales y ficticias, de sucesos históricos, de fenómenos geográficos y culturales, el controvertido Chicnauhtécatl, Xinantecatl o Nevado de Toluca, representó para el joven artista Edgar Valdés Santiago una oportunidad, más que un obstáculo.


Hablar de oportunidades me remite a una en especial, la que anualmente ofrece la Universidad Autónoma del Estado de México en el Museo Universitario “Leopoldo Flores”, con su convocatoria Arte Abierto, Arte para Todos, en la que creadores que inician o de amplia trayectoria, participan en proyectos como éste, que hoy nos enorgullece presentar a todo el público.


El Horizonte de la luz se muestra la Montaña blanca de los otomíes, la Casa del dios de las aguas, Casa de los soles o Casa de los dioses de los matlazincas; el Cerro con nieve de los mazahuas, Chicnauhtécatl, Habitante de los nueve, por la cantidad de Cerros que los circundan; el Xinantécatl traducido al náhuatl como Señor desnudo o el Tzinacantécatl, Habitante del cerro del murciélago, según el investigador del Colegio Mexiquense, García Castro (1999).


Este ser con un ombligo, formado por el domo de lava que separa el lago de El sol del lago de La luna botado por la tierra después de la última gran erupción hace 10, 500 años, ha sido testigo y a la vez objeto de disputas, guerras religiosas y territoriales entre habitantes ancestrales: ocuitecas, chontales, nahuas y mazatecos, y más recientemente controversias económicas o políticas, ya sea por el intento de crear una pista de esquí o por el cierre del acceso al cráter, este Señor desnudo es el que Valdés selecciona para recordarnos su inminente presencia en la vida citadina actual del Valle de Toluca.


Como si secuestrara los rayos de madera encontrados en los lagos, el fotógrafo capta incidencias de sol, captura reflejos de agua y de nieve, registra con once, con nueve, con ocho o cinco tomas la secuencia de instantes fundidos en cada una de las panorámicas, que por su espectacularidad, podrían parecer de paisajes exóticos, no del espacio en que respiramos, trabajamos, gozamos, crecemos o morimos.


A pesar de la natural visión humana de 180 grados, el torrente de estímulos minuto a minuto nos ciega a disfrutar en toda su amplitud cada ángulo, cada detalle; nos conformamos con rebanadas de vista de 45, y todavía de mucho menos grados si somos rumiantes de nuestra visión interna; pero Valdés Santiago nos devuelve a los horizontes, tanto si somos parte de los de otros, o punto de fuga de los propios y nos invita a jugar con su juego óptico y óptimo entre mancha urbana y naturaleza, con los suyos y ahora nuestros: Horizontes de luz.

 

Alicia Gutiérrez Romo
Directora del Museo Universitario “Leopoldo Flores”