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Minificciones

Grecia hasta las modernas urbes se ha jactado de tener la verdad y de haberse encontrado con “la cosa en sí”. ¿Cómo inmortalizar un sueño, un momento que captamos en el tiempo, el vuelo de un ave en conjunción con la tierra o regresar a los inmemorables anfiteatros ocultos entre la maleza, sino es con la creación de nuestros propios mundos, con el arte? Nuestra mente nos juega trucos, nos pone trampas cual niño sin reparar en las consecuencias, crea hábiles cuentos de lo que deseamos ser y a veces no parecen tener limites hasta que aquellas creaciones aparecen como retoños en el firmamento de lo que es conciente. En otras ocasiones, tan sólo visibles como una sombría figura en el lejano horizonte, que nos encaminan hacia angustias impensadas… son sublimes momentos. Han habido grandes hombres que han trascendido por su capacidad de ser un niño al encontrar una forma de ser libres de la presión de los juicios, los griegos por ejemplo, hombres que vivían en cuentos de dioses, musas y bestias, que se movían entre sueños de lo irreparable y creaban el mito de una forma tan simple como el beber agua, ellos fueron grandes hombres que vivieron como niños. Después llegaron los romanos a absorber tan magnífica cultura y de ellos surgió toda lo que conocemos ahora como Europa. Pero el caso es que sus creaciones trascendieron para toda la humanidad y para toda la eternidad, aquella primera ficción en la que decidieron vivir. Pero aprender que esta ilusión es tan verdadera como nuestro cuerpo, cuesta… y cuesta mucho. Por eso, una y otra vez repetimos nuestras cegueras. Deseamos retornar eternamente en un vaivén que nos suscita un placer insospechado. El ser humano es el único animal que no sabe qué hacer con su libertad, con esa libertad innata y contradictoria en la que también subyace la voluntad creadora. Entonces la única libertad que se encuentra es en la que sin consecuencia  alguna puede uno derramarse con la certeza de sentir satisfacción u odio. A fin de cuentas se trata de crear, de ahí el arte. A veces encontramos contrastantes figuras de nuestro entorno de las que no logramos aprehendernos pues no hemos aprendido como bajar un momento el mentón y dejar a un lado nuestro orgullo que nos dicta ser los únicos poseedores de nuestras propias verdades. Y cuando éstas aparecen en todas sus dimensiones, huimos como gatos asustados ante algún fantasma o un demonio tan familiar como nuestra propia figura, y su presentación nos llega a parecer eterna pues ellos no saben de tiempos ya que el tiempo no sabe de ellos. A veces el enfrenarse a estos colosos nos puede costar la cordura pero no la vida. Estos gigantes alguna vez fueron nuestros mejores amigos de la infancia, la capacidad de soñar despierto, de la creación, ahora se presentan ante nuestra condicionada mente como una maraña de enredados cables, interminables gargantas o laberintos angustiosos, es aquella insoportable levedad del ser. Nos defendemos de esa angustia una y otra ves, utilizando herramientas que sólo nos prometen armaduras falsas. Al final, lo sabemos… todo vuelve. Es el círculo de la vida, siempre regresará aquel eterno retorno que nos confinará a una vida de sufrimientos y angustias, pero en ellas también se encuentra la pasión por la vida, la primera y más primitiva de las pulsiones, primero por sobrevivencia; ¿qué significa en un ser humano la expresión mental de los instintos, nunca simples instintos? Al ya no saber más como crear nuestras propias metáforas… entonces nos expiamos, nos deformamos en enfermedad. Inventamos así nuevas cosas, creamos dentro de nosotros algo que en realidad no queremos ser y entonces es difícil verse por mucho tiempo ante el espejo pues es fatal ver la oscuridad en la cual hemos devenido, y así nos convertimos en la enfermedad en sí, tan solo esperando vida aun cuando la vida es solo después de la vida. Así es como Héctor Ávila Cervantes trata de imprimir sus ficciones, las de sus sueños, las de sus estados más concientes en los que es capaz de soñar que hay una mujer dormida todavía en el punto mas alto de una montaña, en el lejano horizonte, en el que la luna del farol ilumina más allá del mismo firmamento, ya que ésta escondida está. Se podría hablar de aquellos deseos siempre en busca de su satisfacción, tratándolos de encontrar en una piedra tallada con un mensaje eterno… o tal vez en un moderno escrito cuyas sombras son ineludibles al igual que las huellas del tiempo sobre el amor, ¿qué me dicen de todas las formas y efigies en el agua que penetran en nuestras pupilas? ¿quién puede negar que hay una casa de muñecas en aquella imagen de las minificciones que se presentará a continuación?

 

Luis Alexis Rendón de la Torre.

Toluca, Edo. De México 19 de Abril de 2007.